Días como hoy recuerdo aquel olor a elegancia con matices de sapiencia que, casi imperceptibles, más de un “entendido” los pasó por alto. Pero ella no: Jane captaba el fondo y la historia de todo cuanto la rodeaba. Parecía leer la letra oculta de las caras de la gente —algo que más tarde dejaría por escrito plantándole su sello de eternidad—.
Incluso ahora, dos siglos más tarde, podría llegar aquí, pasearse por nuestras calles y decirnos al oído a cada uno qué queremos aparentar y quiénes somos en realidad.
Vestidos de incalculable valor, coches rugiendo en las calzadas, sonrisas fingidas…
Sus días, como los nuestros, siguen marcados por la misma máxima: «Si no lo soy, lo aparento» y, ocasionalmente, casi por capricho del destino, aparece una estrella fugaz de la que acabamos enamorados por el mero hecho de contemplar —al fin— a una persona cuya humildad es su código y el conocimiento su escudo.
Autor: Adrián Almalé Frago