Chawton, mayo de 1813
No hay respuestas sencillas, piensa Jane al despertar. Entretanto, un sol madrugador entra oblicuo y esparce luz por toda la habitación. Con todo, las primeras luces del día no consiguen calentar el pequeño dormitorio de la joven escritora, pues la pasada noche, que ya espera escondida la llegada del ocaso, la ha sentido permear húmeda y fría. En la fábrica mental de Austen, no se habla de otra cosa, su musa Fanny, díscola, no siente el silencio, pero lo hay, pues el ruido escapa por las contraventanas abiertas de la mente, que no ve, ni piensa. Por momentos, en medio de la noche curiosa, un sueño raro y familiar –todo al mismo tiempo–, febril incluso, la despierta: ve a un Edmund joven y olvidado, no sabe nada de él y le parece que está en ruinas. Con lentitud y timidez, Fanny, se acerca para tocarlo y por alguna razón, la aparta con la mano, no le ofrece bálsamo alguno. También sueña sobre cosas lejanas y extrañas. ¿Significa eso que sueña en grande? Sea como sea, Jane piensa con belleza y sentimiento, puede decirse que el tejido de la mente bordada por la imaginación despierta, escucha activamente y con pasión insólita el murmuro de sus personajes removiéndose inquietos, henchidos de vida inteligente. Con verdadero arrebato se enamora furiosamente de ellos, discuten con la máxima exaltación filosófica y es entonces cuando confunde lo que es verdad con realidad. Se pregunta si viven, o si sólo piensa que viven. Y en cada albor diario, postrada en el lecho del que un triste y prematuro día ya no se levantará, les habla en tono a la par suave y conciliador, los ama y los maldice. En silencio, escucha el leve despertar de la vida que florece en el jardín de sus dudas, librando batallas por algún rincón de su temperamento, cerca de la línea fronteriza del alma. Al fondo, en la suave curva del horizonte contempla la mansión de Mansfield Park que duerme llena de paz. En cambio ella, marchita de tanto pensar, con la mente en ayuno abriéndose paso a lo largo de la franja velada, convertida tan temprano en fuego. En cualquier caso, descansan todos mis personajes menos yo, piensa. Únicamente yo despierto del sueño, ardo en pensamientos de vigilia y no en sueños, perezco abrasada, no a la luz de las estrellas, sino de las velas, bajo la más pequeña de sus luces, serenamente loca.
Jane, al fin y al cabo, lo sabe y se engaña, como todo el mundo. Vive distraída la vida que nunca resulta ser del todo como sospechamos que es: un sueño ligero como una hoja guiada por el viento.
Autor: Toño García de Vicuña