Me siento frente al folio en blanco y digo, ¿qué escribiría ella? Cuando tenía mi edad, quince años, ella ya escribía pequeños relatos y versos que más tarde saldrían a la luz. La imagino serena y tranquila escribiendo para leer a sus hermanos historias que les harían disfrutar, sorprenderse o entristecerse, porque tras el cuento de quién se casa con quien o a quien le brillan los ojos al ver otros, ella entregaba su fuerza para desenmascarar un mundo complejo. Me da pena pensar que mientras ella se plasmaba en papel, el mundo de las mujeres acababa en la puerta de sus casas. ¡Cuánto hemos cambiado! Gente que tiembla con los preparativos de una fiesta, que ve los viajes como expediciones y los noviazgos como una duda entre dos templos, habrá en todos los tiempos. Vivir en un pueblo, donde todos se conocen, nos sucede a muchos. Cualquier mundo es un pañuelo y en cualquier lugar la gente va haciendo la vida diaria mientras elige o abandona, como en los libros de Jane Austen. No creo que imaginara cuánto íbamos a quererla doscientos años después, ni de qué modo sus libros iban a entrar por nuestras casas en todos los idiomas y por todos los medios. Tras haber leído alguno de sus libros creo que escribir es un juego de equilibrio. Equilibrio entre el valor y la soberbia y también entre sus opuestos: el miedo y la humildad. También creo que ahí está su secreto y su enseñanza.
Autora: Andrea Puche Lorente