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  • Foto del escritorAbierto Hasta el Amanecer

LA VENIA

Hace cien días que te marchaste y aún veo tu reflejo en el espejo como una ensoñación que adquiere presencia. La calidez de mis manos se deshace ante la lejanía que nos ahoga. Necesito el calor de tus ojos grises, besar la textura arcillosa de tu espalda y embriagarme de tu olor dulce y varonil. Añoro la firmeza de tus hombros y esconderme bajo tu pecho... solo tú inundas de paz mi alma. Tus caricias son como latigazos que encienden el fulgor de la llama que siempre he tenido bajo control. Tu actitud desdeñosa y la apatía que mostrabas en mi presencia, me hicieron comprender que no podría albergar ninguna esperanza. (Así debió de sentirse Elizabeth Bennet ante la actitud enervante del señor Darcy y el tono de su confesión acerca del amor que sentía en tono de reproche). Solo te mostrabas remiso y esquivo por el temor a ser rechazado por mí, ¡qué ironía! Pensé que iba a languidecer en la soledad infausta de un cruel destino, pero no, colmaste de dicha mis días y quebraste la jaula que mantenía presa mi felicidad.


Alfonso ejerció de celestino hasta que lo vi entrar en la biblioteca y le hice un ademán para que se esfumase. Había elegido un vestido de gasa que cimbreaba en mis caderas y resaltaba mi rostro ebúrneo. Dejé el café en la mesa lacada y me hundí en sus expresivos ojos verdes. Amaba a aquel hombre con la fuerza concomitante de las olas y el suave aleteo de un ruiseñor. Mi padre aprobaba nuestra unión. Lo supe en la vehemencia de su tacto, en el susurro de su voz meliflua, en su abrazo diletante y en la cadencia de sus besos indómitos. Exhalé una vaharada y contemplé su mirada rutilante. Él asintió, y fue entonces cuando mi ignota experiencia demudó en un arrebato de fruición que quemó mi alma.


Te enfrentaste a mis padres con el único proposito de hacer viable nuestro matrimonio. Nada podría interponerse ante el deseo que recorría todo mi ser, en la angustia que me fulminaba el pecho si no te besaba otra vez... Ninguna reprimenda absurda cambiaría el hecho de que anhelaba ser tu esposa. Unos años de diferencia no son nada comparados a una vida entera sin ti. Cuando esta pasión insana nos abrace para siempre, culminaremos abriendo una puerta de esperanza a los ojos de los demás.


Autora: Isabel M. Almagro Morillas


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