Ya no éramos muchachitas cuando empezamos a ir a Bath durante los veranos para visitar a nuestro padre que se había retirado allí. Yo frisaba los treinta, Jane tendría unos veinticinco y es cuando la recuerdo más hermosa, aunque ya tenía pocas esperanzas de casarse.
A mí me encantaba el viaje y aquel cambio de aires, volver a compartir habitación y confidencias. A ambas nos sentaba de maravilla estar allí, pero Jane detestaba aquel lugar: el sol, el mar, los baños, la gente… Se quejaba mucho por todo y se ponía triste, pero yo, como todas las hermanas mayores, intentaba entretenerla y hacer que se divirtiera.
Se preguntarán, hijas mías, cuál era el motivo de aquella tristeza estival de la tía Jane. Se lo contaré: el primer verano que fuimos conoció allí al único hombre que realmente se enamoró de ella y al que pudo corresponder. Era un hombre maravilloso. Lo que pueda contarles de él pensarán que es una fantasía. Prometieron volver a verse, pero no pudo ser. Él murió en extrañas circunstancias en el invierno. No, ella nunca habló de eso. No, tampoco podrán leer nada de esa historia en sus cartas, ni en sus diarios. No queda ningún rastro más que el que ella guardó en su corazón como un secreto. ¡Tanto dolor le causaba! ¿Por qué no escribió ni una palabra sobre él? Sobre los amores más grandes no hace falta escribir, de ellos no es necesario conservar ningún recuerdo, ¿acaso sería posible olvidarlos?
Autor: Fabio Carreiro Lago