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¿Quién mató a Eva?


Hace dos horas era feliz. Estaba tranquila, como siempre en mi mundo, pero feliz. Después de trasponer alarmas desde las 5 am, el despertador del vecino de abajo consiguió recordarme que era hora de activarse, dudé, reconozco que dudé si salir a correr o ir al gimnasio, pero las ganas de verle, de hablarle en silencio un día más me vencieron. Maldito masoquismo emocional mío.Usa la cabeza-dicen- no el corazón y te irá mejor. Y vaya que si me hubiera ido mejor, de hecho no estaría ahora mismo sentada en un banco de abdominales esperando a ser interrogada por la policía.[…]


-¿Conocía usted a la señorita Eva? Me pregunta un tipo con cara de todo menos de deportista, policía y héroe nacional. Parece el primo de Chicotín, juer. Y ahora… ¿qué le digo? Que sí a secas, que no mucho, que me apetecía matarla cada vez que la veía? Pero, no digo ni palabrotas,¿cómo se atreve a preguntarme con ese tono acusativo si la conozco?


-Sí, de vista. Aquí en el gimnasio. –Respondí, finalmente.


-¿Tenían buena relación?-prosiguió.


Oye, ¿no se supone que debo responder delante de mi abogado?


-Ni fu ni fa. Coincidíamos en el vestuario y ya.


El cuerpo me estaba traicionando, rompí a sudar, la respiración se me aceleraba por momentos, tenía la sensación de que hasta me temblaba el ojo derecho. Era surrealista, parecía la asesina.Si yo estuviera sentada al otro lado del interrogatorio pensaría que estaba ante alguien culpable.Y sí, me declaro culpable, culpable de enamorarme cuando no debía de quién no debía, o culpable por no haber tenido el valor de apostar por un nosotros que sonaba demasiado bien en la boca del demonio. Lujuria, pasión, diversión, despreocupación, un foreveryoung en toda regla. Eso éramos. Eso fuimos mi Adán y yo. Hasta que llegó ésta que en paz descanse.Otra pregunta me sacó de mis pensamientos y para rematar- la no coartada- no supe qué decir.


- Y ese moratón que presenta en el brazo y también en las piernas, ¿Cómo se lo hizo?


- No lo sé…-Respondí.


Fue en ese oportuno momento que una cría como de quince, dieciséis años irrumpió en la sala dominada por una crisis de sollozos, nervios, osea ansiedad en estado puro. Iba acompañada de otra, también ansiosa pero más serena. Me atrevería a decir que estaba “ida”. Sin embargo, un chorro de fría voz salió de su boca diciendo:

-Fue esta hija de puta. Ha confesado. Tengo pruebas en el Whatsapp.

Resultó que la asesina era la amiga de la hija de la víctima. ¿El móvil? Celos. Parece ser que una vez que muerdes la manzana te autocondenas a tu propia apocalipsis emocional.



Autora: Judit de Jesús

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