El hombre del traje marrón se cobijaba bajo la sombra de un triste ciprés, pues es frecuente que a ciertas horas haya maldad bajo el sol. Se mantenÃa vigilante, observando la casa torcida que habÃa al otro lado del camino. Después del funeral que habÃa presenciado y con los libros que tenÃa en su poder, estaba atento a cualquier movimiento, incluso el de tres ratones ciegos, que tropezaron entre ellos y lanzaron un pequeño chillido de sorpresa. El hombre sacó un puñado de centeno de su bolsillo y lo lanzó cerca de los ratones, que cogieron cuanto pudieron.
Los relojes de un par de iglesias cercanas marcaron la hora. Ya era tarde para emprender el camino hasta la ciudad y tomar el tren de las 4:50. Posiblemente pasarÃa la noche en el hotel Bertram y después comprarÃa un billete con destino desconocido.
Miró hacia el cielo y vio muerte en las nubes, reflejada en la tormenta que se acercaba por el oeste. Sacudió la cabeza, considerándose demasiado impresionable, pero entonces su mente volvió a aquella fatÃdica llamada de teléfono.«La señora McGinty ha muerto», dijo alguien, y su mundo se partió en dos como la decoración de su casa, el espejo se rajó de lado a lado a causa de su puñetazo.
Suspiró. La señora McGinty, su más vieja y mejor amiga, no era la única que habÃa sido vÃctima de su propia inocencia trágica por estar a punto de desvelar el misterio de Pale Horse, dejándolo plasmado en los libros que portaba ahora el hombre. La desdichada señora se habÃa encontrado como un cadáver en la biblioteca privada de un lord de la zona, el misterioso señor Brown.
Cuántas situaciones sospechosas, pensó, son señal de peligro inminente. Demasiada gente parecÃa tener una cita con la muerte.
De repente, oyó un coche pasar a toda velocidad, parecÃa dirigirse hacia el templete de Nasse-House. Reconoció a la mujer que conducÃa, aunque apenas la vio un momento. Su sonada desaparición ya era noticia en todos los periódicos nacionales, aunque llevaba un auto muy diferente al suyo, que habÃa aparecido abandonado. Desde luego, debÃa de haber sido una noche eterna para ella, y el dÃa no parecÃa irle mejor.
Si la reina del crimen estaba por allà era lógico pensar que cerca habrÃa más de un crimen dormido.Internamente, el hombre tuvo que poner las cartas sobre la mesa y visto en aquel veloz coche, convirtiéndose en el testigo mudo y temiendo por la vida de la famosa señora y de él mismo, pues de todos es sabido que el secreto está en los libros y que matar es fácil.
Autora: Cristina SebastiÃ